Tarzan, su hijo, y The Lopez

(Con toda mi admiración hacia Edgar Rice Burroughs y Amanda Romero)
Cuando conocí a Tarzán, supongo que tendría 6 o 7 años, la primera impresión que me dio fue la de una persona de una bondad infinita, adulta, ágil y fuerte “como tenían que ser los padres”, por lo menos en aquella alegre época aunque en blanco y negro. Fue el primer ecologista que conocí, defendiendo su maravilloso entorno y amando a los animales como a sus propios congéneres. Soy, claro, de Johnny Weissmuller y lo que deseaba realmente era que fuese él quien me enseñara el mundo de la selva: a ayudar a los débiles, a aguarles la fiesta a esos cazadores furtivos sin alma, a esos canallas malvados y altivos que, sin piedad, siempre abusaban de los inocentes indígenas, a hablar con los simpáticos chimpancés, aquellos leones amigos, los elefantes, siempre serviciales: “Ancagua, ancagua” . A desplazarme de liana en liana, a nadar en aquel río limpio, aguas cristalinas, no como las del pobre que pasa por mi pueblo... Realmente, soñaba con ser su hijo. Y recuerdo que viví, en la adolescencia, intensamente, su romance con Maureen O'Sullivan.

Desde que se conocieron no necesitaron de muchas palabras: sus miradas se clavaban pero con todo el pudor que la selva permitía, con la siempre complicidad de Chita. Poco a poco esas miradas se iban encendiendo cada vez más. Ya se sabe, con el cielo iluminado por miles de estrellas, con ese sonidillo que aportaba el río y aquellos pájaros exóticos que comentaban con gran jolgorio la jornada cada noche…
Con el tiempo, pasó lo que tenía que pasar. Jane, en aquellos tiempos no sabíamos cómo, se quedó embarazada y … el niño, Boy, creció en cinco minutos. Al cuarto de hora ya tenía ocho años. Ya el tiempo volaba en aquellos días... Hasta que llegó a mi edad. La de ahora.
No sé por qué he vuelto a acordarme de aquel idílico mundo, sin recortes ni primas de riesgo aunque con hombres y mujeres grises...,como siempre.